lunes, 13 de agosto de 2012

EL CANTO DE LA MUJER PEZ

EL CANTO DE LA MUJER PEZ
 
Los cuentos y cantos de sirena se suceden casi día a día, pero en enero de 2001 el rumor fue más allá y se hizo noticia. El diario Extra anunciaba que habían atrapado una sirena viva en el Titicaca. “Era época de lluvias –rescata Max Tancara, quien rastreó al misterioso ser por medio lago–. Llovía día y noche y todos trataban de buscar una explicación al hecho. Hasta que las vendedoras de pescado lanzaron su respuesta: dicen que han atrapado una sirena, joven”. Y el Extra puso en marcha una de las investigaciones más extrañas de su vida “Recorrimos varias poblaciones del Titicaca –prosigue Max–. Algunos no sabían nada y otros nos iban dando pistas. Así hasta que llegamos a Santa Rosa de Taraco. Allá todo era silencio, nadie nos quería hablar. Pero en las casas que casi se metían en el lago encontramos lo que buscábamos. Según sus pobladores, uno de los vecinos, Macario Apaza, había encontrado la imagen de una sirena esculpida en piedra y fue a venderla a la Argentina. Para muchos en el pueblo esa fue la causa del desfase que atrajo inundaciones hacia el altiplano”. En La Paz fue tal el revuelo que se agotaron los ejemplares del Extra, en los minibuses se vendían las fotocopias a Bs. 1 y varios periódicos y semanarios le daban columnas a este suceso. Y las semanas siguientes a la primera publicación, el 29 de enero, las historias de sirenas llenaban con sus cantos los corrillos de mercado, las aceras y las tiendas de barrio. Todas tenían similares mimbres: atrapaban a la sirena, ella rogaba que no la sacaran de su lugar de origen y amenazaba con tormentas nunca vistas si no lo hacían. En algunos casos se hablaba de la red de unos pescadores de Tiquina en la que se había enganchado el ser mitológico y donde había muerto; otros decían que se la habían llevado a Puno; y algunos que medía entre 20 y 40 centímetros. Mientras la lluvia era tan intensa que ya afectaba a nueve comunidades de la zona y había arrasado con tierras, casas y cultivos cerca de Viacha y fue entonces que la atención se desvío para otro lado, hacia el puerto de Guaqui. La pintora Marta Cajías, una enamorada de estas ninfas, lo recuerda aún emocionada. “A mí me lo contó una comadre de Puerto Acosta. Me aseguró que la había visto. ‘Es rosadita y con muchos senos’, decía. Según ella, los militares del regimiento de la naval la metieron en una tina de cemento mientras les increpaba en aymara. Los soldados cobraban por dejarla ver, como atracción de feria, y muchos pobladores cuentan haberla espiado de las lomas”.

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